En los pasillos de colegios que antes resonaban con el eco de memorización y disciplina, hoy se escucha algo diferente: conversaciones sobre ansiedad, empatía y bienestar mental. Mientras el Ministerio de Educación actualiza sus bases curriculares, un movimiento pedagógico está ganando terreno, impulsado por organizaciones como Elige Educar y Fundación Chile, que reconocen que formar ciudadanos integrales requiere más que contenidos académicos.
La pandemia dejó al descubierto lo que muchos educadores ya sospechaban: nuestros estudiantes cargan mochilas emocionales demasiado pesadas. Datos del Banco Central evidencian que el ausentismo escolar postpandemia no se explica solo por factores económicos, sino por problemas de salud mental que afectan a uno de cada tres adolescentes. Las plataformas como Aprendo en Línea han incorporado módulos de autocuidado, pero la verdadera transformación ocurre en las salas de clases, donde profesores reinventan su práctica diaria.
En la Región de Los Lagos, la profesora Marcela González implementó 'rincones emocionales' donde sus estudiantes de quinto básico pueden expresar cómo se sienten mediante dibujos, palabras o simplemente sentarse en silencio. 'Al principio hubo escepticismo', admite, 'pero cuando vimos que las notas mejoraban y los conflictos disminuían, entendimos que estaba funcionando'. Su experiencia coincide con investigaciones de Educarchile que muestran que escuelas con programas de educación emocional reportan 40% menos casos de bullying.
El desafío ahora es sistematizar estas prácticas. El Ministerio está desarrollando orientaciones para integrar el desarrollo socioemocional en todas las asignaturas, no como un tema aparte sino como parte constitutiva del proceso educativo. Matemáticas con resolución colaborativa de problemas, historia que explora las emociones detrás de los procesos sociales, ciencia que valora la curiosidad y la tolerancia a la frustración.
Las resistencias persisten. Algunos apoderados cuestionan si 'perder tiempo' en estas matters afectará los resultados SIMCE. Pero los datos preliminares sugieren lo contrario: estudiantes que aprenden a regular sus emociones muestran mejor concentración, mayor perseverancia ante desafíos y mejor capacidad de trabajo en equipo.
Lo más fascinante es observar cómo los propios estudiantes se convierten en agentes de cambio. En un liceo de Puente Alto, adolescentes crearon 'brigadas de bienestar' que identifican compañeros en riesgo y los derivan a apoyo psicológico. 'Nos enseñaron que la salud mental no es cosa de locos', dice Felipe, de 16 años, 'es como hacer ejercicio para el cerebro'.
Este movimiento no surge de la nada. Tiene raíces en las neurociencias que demuestran cómo las emociones afectan el aprendizaje, en la psicología positiva que estudia las bases del bienestar, y en la pedagogía crítica que cuestiona modelos educativos centrados exclusivamente en el rendimiento académico.
El camino por recorrer es largo. Faltan recursos, formación docente especializada y, sobre todo, un cambio cultural que valore el desarrollo integral por sobre los puntajes estandarizados. Pero como dice una directora de Rancagua: 'Estamos sembrando semillas que quizás no veamos florecer, pero sabemos que son necesarias para que nuestros niños enfrenten un mundo cada vez más complejo'.
Mientras escribo estas líneas, recuerdo una escena en un colegio rural de Chiloé: un niño que antes se aislaba ahora ayuda a calmar a sus compañeros durante tormentas. 'Le enseño a respirar como me enseñó la tía', dice con orgullo. En esa simple frase reside la esencia de esta revolución silenciosa: educar no para aprobar pruebas, sino para vivir mejor.
La revolución silenciosa: cómo la educación emocional está transformando las aulas chilenas
